Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


1613
Legislatura: 1894-1895 (Cortes de 1893 a 1895)
Sesión: 2 de abril de 1895
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 93, 2517-2521
Tema: Debate sobre la crisis de marzo de 1895, siendo Sagasta Presidente del Consejo de Ministros

El Sr. SAGASTA (D. Práxedes): Señores Diputados: A nadie parecerá extraño que yo entre con cierto recelo en el debate político sobre una crisis que ha sido tan escabrosa en su origen y tan difícil en su desenvolvimiento, y que no es menos escabrosa ni menos difícil en su discusión, harto propensa a enardecer las pasiones, a perturbar los ánimos y a hacer olvidar lo que siempre, pero más en este momento que siempre, demanda a todos la voz del patriotismo.

Con ser tan tristes y tan deplorables los sucesos ocurridos; con ser para lamentar y para censurar las exageraciones que se han notado en uno y en otro lado, todavía hay un peligro que veo con alarma: el peligro de que cualquier suceso, cualquier imprudencia, pueda traer la discordia de clases ; mal gravísimo que todos debemos evitar. y que sólo puede evitarse por la prudencia de todos.

Así se explican bien las dudas y las preocupaciones de los hombres más sosegados de todos los partidos, y hasta la lentitud con que se procedió en la resolución de la crisis; porque reciente el conflicto, no apagado todavía el fuego de las pasiones, era juicioso procurar una tregua encaminada a suavizar asperezas, a aplacar el ardor de los ánimos, a neutralizar los efectos de una polémica parlamentaria apasionada, que podría producir resultados contrarios a aquellos a que todos debemos aspirar. Todo indicaba además la conveniencia de esperar días más tranquilos para discutir a fondo todo lo que con esta crisis tiene relación, con aquel respeto debido a los organismos que las leyes tienen establecidos, y como conviene a los intereses de la libertad, a la paz de los espíritus y a la salud de la Patria. (Aprobación.)

No ha de extrañar, pues, el Congreso, al contrario, creo que ha de permitírmelo, que yo, al ocuparme en este delicado asunto, respondiendo a las alusiones que se me han dirigido, lo haga con aquella parsimonia, y también con aquellas reservas que yo crea prudentes y que me aconseje el patriotismo; en la seguridad de que, después de todo, lo que yo me calle porque no deba decirlo, ha de suplirlo aquí la perspicacia de mis oyentes, y fuera de aquí el buen sentido del país. (Muy bien.)

Ante todo, un saludo cariñoso a la mayoría y unas palabras de gratitud por su inimitable conducta.

Yo abrigaba absoluta confianza, tenía la más completa certidumbre de que estaba cercano el día de la justicia y de la vindicación para el partido liberal y para la mayoría que le representa en el Parlamento; mal podía abrigar dudas de ninguna especie de que ese día había de llegar pronto, quien, como yo, había podido apreciar hasta qué punto reunía esta mayoría aquellas condiciones esenciales que el régimen parlamentario requiere que tenga una mayoría para llegar a ser un instrumento eficaz de gobierno. Mi esperanza y mi seguridad eran firmísimas, si bien no alcanzaban a creer que ese día de la justicia y de la vindicación siguiera inmediatamente a nuestra caída del poder.

Podía esperarse esa justicia inmediata de los afines, de los indiferentes, de la masa general del país, cuyas simpatías y preferencias por las ideas, por los procedimientos, y, ¿por qué no decirlo?, por los hombres liberales en el poder, son de todo punto evidentes; pero que no sólo los afines, que no sólo los indiferentes, sino nuestros adversarios y hasta nuestros más encarnizados enemigos hayan reconocido, en los términos en que lo han hecho, la alteza de miras y el patriotismo de la mayoría, y la hayan hecho justicia tan inmediata y tan unánime, eso constituye, a mi juicio, la nota culminante de la situación política presente y debe llenar de inmensa satisfacción a esta mayoría, como me llena a mí, que en estos momentos, más que nunca, estoy orgulloso de ser el jefe de tal ejército . (Muy bien, muy bien.)

No es esta la ocasión, mejor dicho, no quiero aprovechar esta ocasión para recordar los sañudos ataques de que fuimos objeto y las acusaciones que se fulminaron contra nosotros. En la cuestión de Hacienda en general y en la de las economías en particular; en el problema arancelario, tanto en lo que se refiere a la Península como en lo que tiene relación con nuestras provincias de Ultramar ; en los tratados de comercio; en la política antillana, en todos y en cada uno de los diversos asuntos que afec-[2517] tan a la gobernación del Estado, unas veces por omisión, otras por acción, se nos decía sin cesar que nuestra gestión era un constante error y que nuestra permanencia en el poder era un peligro para los intereses públicos.

Y de la indisciplina y de la anarquía del partido liberal, ¿qué cosas no se han dicho? Y en ese supuesto estado de indisciplina y de anarquía se fundaban muy principalmente como razón decisiva los que tales afirmaciones hacían, para lanzarnos del poder.

Pues bien ; ¿qué ha quedado, a los ocho días de haberlo dejado, de todas esas graves acusaciones? Yo no lo diré, porque me basta y me conformo con lo que han dicho sobre este asunto todos los señores oradores que me han precedido en el uso de la palabra, y con las manifestaciones que noblemente hizo el Gobierno de S. M., diciendo que había encontrado los asuntos públicos en muy favorable situación.

Y aunque esto sea de justicia, no por eso he de agradecerlo menos, y con mucho gusto doy por ello las más expresivas gracias al Sr. Presidente del Consejo de Ministros y a los demás Sres. Diputados que han tomado parte en este debate.

En cuanto a la disciplina del partido liberal y de la mayoría, lo ha dicho muy gráficamente el Sr. Silvela: la mayoría votaba siempre a la inglesa. Por mi parte debo añadir que seguirá votando así: y a pesar de haber salido del poder y a pesar de la situación anómala en que se encuentra, realizará una obra para la cual es más indispensable que para ninguna otra una disciplina muy estrecha y muy rígida, la obra de dar al adversario los medios de gobierno que necesite.

Pues bien, Sres. Diputados, resulta que, según nuestros propios adversarios, el partido liberal no ha caído del poder por haber fracasado en su política, ni por su gestión de los negocios públicos, ni porque la mayoría haya faltado a la disciplina ; al contrario, la mayoría no ha dejado de afirmar con su grandísima cohesión que es un instrumento perfecto de gobierno, y yo tengo la seguridad de que seguirá siéndolo, por lo cual estoy orgulloso de ser su caudillo, y agradezco en lo más hondo de mi alma, su inquebrantable y entusiasta adhesión, hoy inmensamente más difícil después de caer del poder, y por lo tanto inmensamente más meritoria y por mí mucho más agradecida que cuando estábamos en el poder.

La mayoría además, debe estar satisfecha de sí misma, porque a los esfuerzos titánicos, al derroche de abrumadora elocuencia empleados para apartarla de su deber, y a pesar de que en este país, dado nuestro carácter, es mucho más fácil enardecer las pasiones que calmarlas, ha respondido con un proceder, no sólo correcto, sino consolador y admirable. No ha querido añadir a los tristes espectáculos que de algún tiempo a esta parte ofrece al mundo civilizado esta infortunada Nación, otro espectáculo más triste y más deplorable todavía: el de negar al Estado los medios necesarios para vivir, precisamente en los mismos momentos en que puede hacerlos más indispensables una guerra encendida por los eternos enemigos de nuestra Patria.

Aunque la mayoría no hiciera lo que hace por patriotismo, que éste le bastes y le sobra para continuar en su plausible actitud, lo haría por propio interés y hasta por egoísmo.

Si al caer del poder ven la difícil situación en que se encuentra, facilita al adversario los medios necesarios para gobernar, dará una prueba convincente de su gran cohesión y del respeto que tiene a los deberes constitucionales, y además ofrecerá a las instituciones y al país, cuando todos los demás partidos se dividen y se fraccionan, en medio de este quebrantamiento general que por todas partes se advierte, una fuerza política grande, unida, disciplinada, compacta, que podrá ser, si no la única, la más consoladora y la más eficaz de las esperanzas para todos y para todo en las eventualidades del porvenir, y al cabo podrá decir con orgullo: el partido liberal ha caído del poder; pero más unido, más disciplinado, más útil para la gobernación del país que cuando el poder alcanzó; podrá ser desde el primer momento una garantía firmísima para las instituciones y un escudo invulnerable para las conquistas liberales y democráticas que ha tenido la gloria de implantar en las leyes, a la vez que prenda segura del más feliz consorcio y de la más perfecta armonía entre el Trono y la Nación. (Aplausos.)

Pero si el partido liberal no ha caído del poder por haber fracasado su política, ni por su gestión de los negocios públicos, ni por dificultades de la mayoría, ¿por qué ha caído? ¿Cómo y por qué sobrevino la crisis?... (Pausa. - Aplausos.)

Sucesos que no hay para qué recordar en estos momentos, porque de seguro se hallan bien grabados en la memoria de todos, obligaron al Gobierno a adoptar aquellas medidas que los mismos hicieron necesarias; y en el primer Consejo de Ministros que al efecto se celebró, surgió desde el primer instante una diferencia, no sólo en cuanto al juicio de aquellos sucesos, sino en cuanto a la apreciación de la conducta de las autoridades que en ellos intervinieron. Yo declaro, con gran sentimiento mío, que si fue mala la impresión que me produjeron los sucesos de referencia, no fue mejor la que me produjeron los debates en los Cuerpos Colegisladores sobre aquellos mismos hechos (Muy bien); porque en ellos no vi que quedara bien el principio de autoridad, ni tampoco vi desagravio ninguno a la disciplina militar. Cuando el Gobierno necesitaba más energías y más vigor para reprimir y castigar excesos cometidos en uno y en otro lado, yo no encontré en parte alguna, lo declaro con dolor, más que exculpaciones y lenidad.

Ante esta mala impresión, tuve la honra de convocar el Consejo de Ministros; y al examinar ese punto y al ver que en aquel momento (en aquel momento, digo, porque tengo la esperanza de que la opinión cambiará muy rápidamente y esta cambiando de día en día), al ver que en aquel momento al Gobierno le faltaba terreno en que pisar, que se encontraba en una atmósfera que no era la suya, y que la opinión en aquellos días era contraria a sus nobles y levantados propósitos, en aquel momento, repito, yo mismo inicié la crisis.

Pero todavía sin resolver definitivamente sobre este punto se suscitó la cuestión de la conducta de las autoridades en los sucesos ocurridos. Mi querido amigo el Sr. Ministro de la Guerra nos dijo que tenía en su poder y a disposición del Gobierno la dimisión del dignísimo capitán general de Madrid, presentada por si con ella podía facilitar al Gobierno la solución que creyera conveniente adoptar. El Sr. Ministro de la Guerra añadió que, entendiendo que la digna autori-[2518] dad militar de Madrid se había conducido bien, y que con su prudente conducta, no sólo había evitado mayores males, sino que había impedido que se agravase aquella situación de suyo complicada y difícil, creía que no se le debía admitir la dimisión. Los demás Sres. Ministros contestaron que, sin entrar en el examen de la conducta de aquella dignísima autoridad, y aún admitiendo que había evitado los males a que el Sr. Ministro de la Guerra se refería, la circunstancia de no haber podido evitar por la previsión o reprimir por el rigor de la ley aquellos sucesos, hacía indispensable la aceptación de su dimisión.

No se conformó con esto el Sr. Ministro de la Guerra, sino que dijo que para que el Gobierno pudiera admitir la dimisión del capitán general, él por su parte sólo podía ayudar a ese fin presentando por delante la suya.

Con esto ya, aparte de las consideraciones que anteriormente he expuesto, la crisis, no sólo estaba iniciada por mí, sino que quedaba planteada por el Sr. Ministro de la Guerra: y como se trataba de un Ministro de mayor calidad en el asunto en cuestión, y el asunto era importante y las circunstancias graves y el tiempo apremiante, los demás Sres. Ministros dijeron que unían sus dimisiones a la que el de la Guerra presentaba, para de este modo facilitar a S. M. el medio de resolver la crisis . Con ellas y con la mía, además del nombramiento del general Sr. Martínez Campos en reemplazo del Sr. Bermúdez Reina, tuve la honra de ir a tomar las órdenes de S. M., no sin haberse enterado antes el Consejo de Ministros de que no sólo no se reproducirían los sucesos de noches anteriores, sino de que el orden público no podía sufrir el menor quebranto; seguridad que nos habían dado el Sr. Ministro de la Guerra y el capitán general de Madrid.

No fue, pues, la crisis producida por los sucesos de aquellas noches, que todos lamentamos; porque si el Ministerio hubiera tenido uniformidad de criterio respecto de los sucesos y respecto de la conducta de las autoridades que en ellos intervinieron, hubiera seguido en su puesto, a pesar de la actitud de los subalternos de la guarnición de Madrid.

Y mucho menos fue motivada la crisis por la Comisión de subalternos que fue a la Presidencia del Consejo de Ministros, sobre cuya Comisión lo único que yo tengo que decir es que, no sólo el Consejo de Ministros no se ocupó en semejante cosa, sino que ni siquiera tuvo conocimiento hasta mucho después del objeto que a aquel sitio llevaba a los oficiales buscando al Sr. Ministro de la Guerra.

Después he sabido yo que los que componían aquella Comisión habían ido para asegurar al señor Ministro de la Guerra, contra las falsas noticias que se habían publicado en algunos periódicos, que por parte de la oficialidad no había la más remota hostilidad a las instituciones ni al Gobierno, y que mucho menos pretendían nada que tuviera relación con la política, y sobre todo, nada que en lo más mínimo pudiera afectar a la disciplina y a la subordinación; y repito que el Consejo de Ministros no tuvo nada que ver con semejante Comisión.

Tampoco la crisis ministerial tuvo lugar, como se ha dicho aquí por alguien, por abandono del poder en medio de graves circunstancias . No: altos deberes de patriotismo, el cariño y la consideración al país, los respetos debidos al ejército, que a todos obligan, pero más que a todos nos obligan a los que hemos alcanzado ciertas posiciones y con ellas ciertas responsabilidades, me impiden decir sobre este punto todo lo que a nuestra defensa convendría y todo lo que haría caer por su base imputación semejante.

Pero por lo que a mí hace y a mi más directamente se dirigía el cargo, ¿qué he de contestar? Quien como yo en muchas ocasiones ha afrontado en el Gobierno con frente serena las situaciones más difíciles y peligrosas, ¿cómo había de volver ahora la espalda a los conflictos actuales, que, después de todo, no tenían nada que ver con el Gobierno bajo el punto de vista de su seguridad? Pero ya he dicho, y repito ahora, que, cuando el Ministerio se decidió a presentar la dimisión, no fue hasta el día siguiente de haberse iniciado; porque estuvo esperando a tener la más absoluta seguridad de que el orden publico estaba completamente asegurado.

Además, ¿en qué quedamos? Dejo el poder y se me combate porque lo dejo: no lo dejo y se me combate porque no lo dejo, suponiendo que no me guía más móvil que el poder.

¡El móvil del poder! Después de lo que he sido, después de las dificultades en que me he visto envuelto, después de los sinsabores que he tenido que apurar, ¿qué deseo he de tener yo de continuar siendo blanco de tantas injusticias y de verme rodeado de tantos escollos? No; lo que hay es que en estas cosas no se hace lo que se quiere; porque la historia, la posición, la responsabilidad, imponen a hombres como yo ciertos deberes, que no pueden eludir sin faltar a su partido, a su Reina y a su país. (Muy bien, muy bien.)

Ya me parece que he explicado, no tan brevemente como yo hubiera querido, las razones de la presentación de la crisis. Pero ¿por qué no acepté el poder? (Pausa. - Risas.)

Hay quien cree que el poder debe aceptarse siempre. (Risas.) Pero yo, por mi historia, por mis compromisos, por mis responsabilidades, también algo por mi carácter, contra lo que muchos creen acerca de mi apego al poder, pero más que por todo esto por la importancia del partido liberal, por los grandes servicios que ha prestado y que seguirá prestando a la libertad, a las instituciones y al país, yo entiendo que no debe aceptarse el poder si no ha de ejercitarse con completa y amplia libertad de acción.

Claro está que hay que exceptuar los casos de fuerza mayor; porque si circunstancias extraordinarias hicieran imposible por el momento otra solución, y si ellas ofrecieran, no digo peligro, pero grave daño a las instituciones y al país, entonces no se discute, entonces el poder se impone, entonces no sólo se acepta, sino que, si es necesario, se demanda; pero fuera de estos casos, si hay hombres políticos, si hay partidos que creen buenas todas las condiciones con las que se puede aceptar el poder, cosa que en este momento ni aplaudo ni censuro, sino que la establezco como tesis para mi argumentación, pero sin referirme ni aludir a nadie, yo entiendo, por lo que mi partido ha sido, por lo que es, por lo que vale, que no son aceptables otras condiciones que las que el mismo partido, en bien de las instituciones y del país, tenga por conveniente establecer. Por eso yo no debía formar Ministerio, ni encargarme de la dirección de los negocios públicos sin la integridad total y completa del poder, y sin la integridad también total y completa del pensamiento y del sentido del partido liberal. (Aplausos.) [2519]

¿Quiere esto decir que yo no acepté el poder porque se ofreciera al partido liberal en peores o en distintas condiciones que al partido conservador? No. Declaro que S . M. La Reina Regente se dignó ofrecerme el poder sin condición ninguna, como, por lo visto, tuvo la dignación de ofrecerlo al Sr. Cánovas del Castillo; pero el Sr. Cánovas del Castillo no era Gobierno cuando ocurrieron los sucesos ; el Sr. Cánovas del Castillo no tuvo en ellos ninguna intervención; no adquirió por ellos responsabilidad de ninguna clase; es, digámoslo así, extraño hasta cierto punto, como pueden serlo todos los demás españoles que no eran Gobierno; el Sr. Cánovas vino, digámoslo así, de fuera, y no ha visto lo que he visto y veo yo; es a saber: que aún ofrecido sin condiciones el poder, las consecuencias nacidas de los sucesos, las circunstancias con ese motivo creadas, han producido una atmósfera tan singular, que, sin que nadie las imponga ni las determine, aparecen en ella como disueltas, y existen en el aire que respiramos, y viven en el ambiente que nos rodea, y se consolidan y materializan en los procedimientos contra la prensa que se siguen ahora, y que antes de los sucesos no se seguían: en las prisiones diarias de periodistas que antes de los sucesos no se hacían, en las proposiciones de ley presentadas al Senado, en otros documentos que han visto la luz pública, en hechos y actos que ahora se sienten y se palpan, y que antes no se sentían ni se palpaban. (Aplausos.)

Y estas condiciones, que en realidad nadie determina, que realmente no impone nadie, pero que están surtiendo sus efectos, podrán no constituir un obstáculo para el Sr. Cánovas del Castillo y para su partido, pero para mi partido y para mí si lo constituyen. (Muy bien.)

Y el poder público, Sres. Diputados, es tan delicado y tan celoso de sus atributos y de sus prerrogativas, que no puede tolerar la más tenue sombra de imposición; cuando más, puede consentir, por generosidad, la competencia del débil, pero jamás, jamás la competencia del fuerte sin creerse deshonrado. (Grandes aplausos.)

He ahí por qué, Sres. Diputados, pudo creer el señor Cánovas del Castillo que debía aceptar el poder, y por qué yo creí que no podía aceptarle, aunque la Regia prerrogativa haya tenido la misma medida para el partido liberal que para el partido conservador. (Muy bien, muy bien.)

Y ahora he de contestar algo a la excitación que nos hizo el Gobierno.

Se ha presentado a nosotros el Gobierno conservador, diciendo que tenía la seguridad de que habíamos de facilitarle la tarea de legalizar la situación económica, para que no quede incumplido uno de los deberes constitucionales más importantes del Poder ejecutivo.

En efecto; ha podido decirlo muy bien el Sr. Cánovas del Castillo, Presidente del Consejo de Ministro, porque ningún partido gobernante puede dejar de facilitar a ningún Gobierno los medios de gobernar, y los presupuestos del Estado han de ser discutidos y aprobados, si no lo han sido en el año anterior, para que puedan hacerse efectivas las contribuciones. Claro está que para que el Gobierno pueda subvenir a los gastos del Estado, tiene que estar autorizado para cobrar los tributos; y si esta obligación es siempre imperiosa, es más imperiosa en estos momentos, en que hay muchos hermanos nuestros que están peleando en Cuba y en Filipinas; de manera que la aprobación de los presupuestos por el partido liberal, y yo entiendo que por todos los partidos, no sólo es un deber constitucional, sino que en este instante es un deber de patriotismo. (Muy bien.)

El partido liberal y las demás oposiciones lo hacen desinteresadamente, y sólo con que el Gobierno cumpla la oferta que nos ha hecho de abstenerse en absoluto de todo otro pensamiento que no sea el pensamiento de los presupuestos, el de las fuerzas de mar y tierra y cualquier otro que con éstos tenga relación, y que sea tan necesario como ellos para subvenir a las atenciones necesarias para la vida del Estado. Pero yo me voy a permitir, como adversario iba a decir, pero en este momento no lo soy, deberes de honor me lo impiden; yo me voy a permitir decir al Gobierno que además yo deseo para su bien, y para el bien de todos, que, en cambio de esta patriótica conducta, no extreme nunca los medios de gobierno, no abuse, mejor dicho, de los medios de gobierno. ¿Quiere esto decir que el partido liberal se ha de oponer a que se gobierne con energía y a que se administre en todo y para todos recta justicia? ¡Ah! No; el partido liberal conoce bien que los Gobiernos y los partidos, sosteniendo sus principios, no variando de política, conservando intacta su bandera, pueden y deben modificar su criterio en los procedimientos, como se modifican las circunstancias ; que no se navega lo mismo en aguas serenas y tranquilas, que en olas alborotadas, a pesar de que los mismos principios de navegación rigen en uno que en otro caso.

No; sabe bien el partido liberal que las circunstancias han cambiado desgraciadamente, y vienen cambiando con mucha intensidad de mucho tiempo a esta parte; sabe bien que se nota una flojedad perniciosa en todas las fuerzas vivas de la Nación; que es necesario poner coto a las extralimitaciones que por esta flojedad en todas partes se advierten; que la falta de energía que se nota en los elementos oficiales no es imputable a este partido ni a ninguno; que no es peculiar de este país, no, que es general, que en todas partes se nota, pero que los Gobiernos están en el deber de hacer cuanto puedan para atajar tan grave mal. Tarea difícil, tarea casi imposible por la extensión y el arraigo que el mal ha tomado; pero de todos modos es necesario que de esta especie de sufragio universal se saquen a salvo los principios esenciales a la vida de todo gobierno : el prestigio, la autoridad, el orden, la confianza pública.

A toda costa hay que obtener esto, sin que signifique señal ninguna de retroceso; hay que realizarlo sin merma chica ni grande del derecho y de la libertad, que a tanta costa y a fuerza de tantos sacrificios hemos conquistado; al contrario, hay que realizarlo para fortificar la vida normal del derecho y de la libertad ; para el más estricto cumplimiento de las leyes en todo y por todos; para que la obra legislativa responda siempre a las legitimas aspiraciones y las verdaderas necesidades del país ; para que nadie se salga de la órbita de la ley en el ejercicio de sus profesiones ni en las reclamaciones a los Poderes públicos; para que impunemente no pueda ser atacado el honor de nadie, particular o Corporación; para que el honor ofendido encuentre siempre el debido desagravio en las leyes; para que nunca haya pre-[2520] texto ni disculpa para que la menor violencia pueda sustituir jamás a la acción segura y serena de la ley; y, en fin, para que ya que, la disciplina social en todas sus manifestaciones esta tan enflaquecida, se conserve robusta, firme, inquebrantable, y sea siempre para todos respetable y por todos respetada la disciplina del ejército, base de la paz y fundamento de la cultura y civilización de los pueblos.

Voy a concluir, Sres. Diputados, no sólo porque quiero cumplir mi palabra de ser breve, sino porque estoy hondamente preocupado con las tristezas que inspiraran estos sucesos, y estos debates y estas discordias, a nuestros hermanos que pelean en Cuba y allá en Filipinas, de cuya guerra parece que han separado nuestra atención los asuntos que aquí nos preocupan, hasta el punto de que ha pasado casi desapercibido el último sangriento combate que tanta gloria ha dado a los generales, jefes, oficiales y soldados de nuestro ejército en Mindanao, y el aliento que darán a los enemigos de España, aliento que hará renacer en sus corazones la esperanza, y con la esperanza el ardor y la tenacidad de la lucha, en aumento de nuestras no pequeñas desventuras. Y todavía mi preocupación es mayor desde que sé por las noticias que el Gobierno nos da, que los sucesos de Cuba van mal, ¡quién sabe si por el aliento que habremos dado a los filibusteros con nuestras disensiones! en lugar de ofrecerles desde aquí armonía, unión y concordia para que recuerden la vitalidad de nuestros medios y las condiciones de nuestra raza, y no olviden que esta España, tan enflaquecida por las discordias de sus hijos, se levanta unida, y se engrandece y se agiganta, y sacando fuerzas de flaqueza, hace, más que proezas, milagros en el momento que ve en litigio la unidad, la integridad o la independencia de la Patria, y está dispuesta a consumir la última peseta de su tesoro y a sacrificar hasta el ultimo de sus hijos antes que consentir que nadie, absolutamente nadie, le arrebate un palmo de su sagrado territorio. (Grandes aplausos .)



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL